¿Dios fue expulsado de la Universidad? 2

El surgimiento del materialismo científico y su expansión

Autoría del texto
El equipo “La ciencia lleva a Dios”

En el mundo antiguo, la espiritualidad era consensuada como explicación de la naturaleza, lo que se puede ver en la literatura, la filosofía y la religión.

La visión tradicional de la existencia de un Ser Inteligente creador de todas las cosas comenzó a cambiar desde tiempos históricos relativamente recientes, cuando apareció la creencia que los fenómenos naturales serían explicables únicamente a partir de causas y efectos físicos.

El método científico establecido por Galileo (1564-1642), Descartes (1596-1650) y Newton (1643-1727) se basó en este tipo de comprensión para generar una serie de ideales filosóficos, modelos matemáticos y experimentos que buscaban justificar la naturaleza de las cosas.

Aún así, los precursores de esta forma de pensar todavía creían en el mundo espiritual, discutiendo libremente la existencia de Dios y el alma humana.

Sin embargo, poco a poco, esta cosmovisión fue desapareciendo y, en los inicios de nuestro tiempo, la creencia en el materialismo científico asumió una presencia hegemónica, principalmente entre los intelectuales, como se puede apreciar en la célebre afirmación de Nietzsche (1844-1900) :

“Dios ha muerto”.

Esta afirmación, utilizada por primera vez en su obra Die fröhliche Wissenschaft – “La ciencia alegre” de 1882, era una declaración imperativa: la creencia en un ser divino ya no tenía sentido para la humanidad.

A partir de los siglos XVII y XVIII, los grandes estados occidentales comenzaron a apoyarse cada vez más en las ciencias, avanzándose mucho en el conocimiento de la física, la geología, la zootecnia y la medicina, entre otras.

Hasta la segunda mitad del siglo XVIII, la explicación del origen del hombre estuvo monopolizada por el pensamiento religioso, y toda la creencia europea sobre los hechos humanos originales se basó en la Biblia, pero poco a poco el materialismo científico comenzó a ubicarla convertirse en la base central de la ideología de las sociedades occidentales.

Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, el transformismo —más tarde conocido como evolucionismo— comenzó a implantarse como una especie de alternativa científica al relato bíblico de los orígenes del hombre principalmente entre un reducido número de gente culta.

Charles Darwin, junto con Alfred Wallace, establecieron la idea de que todos los seres vivos descienden de un ancestro común, argumento ampliamente aceptado y considerado un concepto fundamental en la comunidad científica, y propusieron la teoría de que las ramas evolutivas son el resultado de la selección natural, donde la lucha por la supervivencia tiene consecuencias similares a las de la selección artificial.

Su libro de 1859, El origen de las especies, causó asombro en la sociedad y la comunidad científica de la época, pero experimentó una gran aceptación en las décadas siguientes, superando el rechazo que los científicos tenían por transmutación de especies.

La teoría de Darwin es considerada hoy por la ciencia como el mecanismo unificador que explica la vida y la diversidad en la Tierra.

A lo largo del siglo XIX, el debate en torno al origen natural del ser humano estuvo profundamente marcado en varios países, por un enfrentamiento más emocional e ideológico que racional —entre el materialista y progresista evolucionismo de las ciencias naturales y la antropogenia defendida por la religión cristiana, siendo una de las principales necesidades del discurso biológico del siglo XIX socavar la creencia generalizada en la veracidad del relato del Génesis.

En la obra de Darwin hay claros intentos de “desacralizar” la religión, preparando así el terreno para que el lenguaje de las ciencias biológicas entre con plena legitimidad en el terreno mítico de los orígenes, hasta entonces monopolizado en Europa por la Iglesia.

Continuará…

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